martes, 16 de abril de 2013

Las beguinas apagan la luz
La hermana Marcella Pattijin, en una imagen tomada en 2006, falleció el domingo en Bélgica a los 92 años. Con ella acaba un movimiento religioso de 800 añosFERNANDO MOLERES / La Vanguardia – Archivo
LA ALEGRE CIEGA DEL BEATERIO
  • “Es una triste historia la que les voy a contar”, avisó al fotógrafo Fernando Moleres y a esta periodista la hermana Marcella Pattyn cuando visitó su antiguo beguinaje en Kortrijk para colaborar, en el 2006, en un reportaje del Magazine de La Vanguardia.
    Nacida en Congo belga en 1920, su gran pena era su ceguera. Estudió en la escuela de ciegos de Bruselas y a los 20 años trató de ingresar en un convento pero ninguno la aceptaba. Las beguinas de Sint Amandsberg, a las afueras de Gante, una comunidad de unas 260 mujeres, sí. Tenía 20 años. Marcella trabajó atendiendo a enfermos. “He tenido que esforzarme mucho, pero entonces tenía bien las piernas… En Gante, alegraba a los enfermos con mi acordeón y mi mandolina”, contaba. Se rezaba mucho, aunque tenían tiempo libre para sus labores.
    Luego se mudó al beguinaje de Kortrijk, con otras ocho mujeres. Las sobrevivió a todas. En el 2005 su mala salud hizo imposible seguir en el beaterio y se mudó a una residencia. El fresco de aquella mañana de primavera no le convenía mucho, pero era por “una buena causa”, decía: recordar la historia de las beguinas.
Ha muerto, mientras dormía, la última beguina del mundo. La hermana Marcella Pattyn, fallecida en Kortrijk (Bélgica) este domingo a los 92 años, era la última representante de un movimiento religioso desconocido y singular surgido en la Edad Media y que durante siglos dio insólitos espacios de libertad a la mujer en tiempos en que no tenía más opción que entregar su vida al hombre o a Dios.
Miles de mujeres de los antiguos Países Bajos encontraron una vía intermedia: retirarse a vivir en comunidad con otras mujeres en los llamados beguinajes (beaterios), unas miniciudades en las que los hombres estaban vetados.
Se dedicaban a la caridad, el estudio y, sobre todo, la oración, como no podía ser de otra manera en las sociedades teocráticas de la época, pero no pertenecían a ninguna orden religiosa y gozaban de una libertad de acción inimaginable en los conventos.
Vivían en casitas individuales que alquilaban a la comunidad, a veces tomando como criada a otra beguina de origen más humilde. Aunque no cabe calificarlas de feministas, un concepto ajeno a la época, prescindir de la protección del hombre era todo un atrevimiento.
En una primera fase, vivían en casas de familiares, dedicadas a la caridad. Su labor social despertó la admiración de la nobleza, que al principio del siglo XIII comenzó a financiar la construcción de los beguinajes a las afueras de las ciudades.
Con los conventos de la época abarrotados y el excedente de mujeres propio de los tiempos de las cruzadas, algunas eligieron llevar una vida religiosa sin renunciar del todo a la seglar (podían entrar y salir con libertad, pidiendo permiso).
El fenómeno surgió en las actuales Bélgica y Holanda, y pronto se extendió al norte de Francia y el oeste de Alemania. Llegó a haber más de cien beguinajes. En estos centros de espiritualidad surgieron algunas destacadas escritoras místicas medievales, como Beatrijs de Nazareth, Mechtild de Magdeburgo o Hadewijch de Amberes.
Sus actividades suscitaron recelos fuera de sus muros. “El riesgo de que dieran su propia interpretación a las escrituras llevó a la Iglesia a describirlas como brujas e infieles. Por eso el papa Clemente V amenazó con excomunión a quienes las protegieran”, explicaba en el 2006 al Magazine de La Vanguardia John Strouwens, presidente de la asociación del Gran Beguinaje de Gante. Fueron perseguidas, así como acusadas de herejes y prostitutas.
Marguerite Porète, autora de El espejo de las almas simples, fue quemada en la hoguera en París en 1310, acusada de beguina y de escribir “versos subversivos”. La persecución llevó a la mayoría a integrarse en órdenes religiosas convencionales.
Sólo en los antiguos Países Bajos se siguió dando protección a estas “mujeres pías”. El movimiento fue creciendo y mejorando su posición económica gracias a las herencias –muchas beguinas venían de familias acomodadas– y los ingresos procedentes de su actividad textil y sus huertos.
Su expansión tocó techo en el siglo XVI. Las guerras entre calvinistas y católicos condenaron su crecimiento. Las beguinas se extinguieron en los Países Bajos del norte, al convertirse en territorio calvinista. En Bélgica y el norte de Francia, la Contrarreforma les dio un nuevo impulso (de esa época datan las casas de piedra que sustituyeron a las de madera y que llegan hasta nuestros días), pero bajo mayor control clerical.
La mayoría de estos “inútiles centros de meditación”, como los definió el emperador José II, cerró sus puertas tras la Revolución Francesa. Sus propiedades fueron confiscadas. Algunos fueron comprados por nobles y dados a la Iglesia. Otros –como el de Bruselas– fueron arrasados por el desarrollo de las ciudades.
Sobrevieron algunos centros, pero en el siglo XX, con la emancipación de la mujer y la secularización, el movimiento perdió sentido. Con la muerte de Marcella Pattyn, sólo quedan como testigos de tan peculiar movimiento las piedras de sus beguinajes.
Trece de ellos, en Bélgica y Holanda, son patrimonio de la humanidad. Quizás el más visitado sea el de Brujas, entre cuyos álamos inclinados y jardines con narcisos se cruzan hoy monjas benedictinas. El más vivo, el de Lovaina, es parte de la universidad. Otros, como el de Gante, alquilan sus casas, siempre a condición de preservar la paz propia de estos espacios.

sábado, 6 de abril de 2013

María Magdalena, testiga de la Resurrección



María Magdalena, a quien los evangelios canónicos reconocen unánimemente como el primer ser humano que vio y reconoció a Jesús resucitado es a la vez desprestigiada dentro de cierta tradición cristiana por asignársele la condición de prostituta.
Las primeras declaraciones que pueden ser comprobadas, en las que se señala que María Magdalena era una prostituta se encuentran en un sermón del Papa Gregorio el Grande, en el 591 d.C. En efecto, este Papa, habló repetidamente en sus homilías, muy populares durante los siglos VI al IX, identificándola con María, la hermana de Lázaro y Marta, y con la mujer pecadora arrepentida de la que habla el evangelista Lucas.

A causa de ello, en occidente, se unificó la celebración de las tres, en un solo día, como si fuesen una sola persona. Esta confusión jamás se produjo en oriente, donde se mantuvo tres fechas diferentes para celebrarlas. En occidente, solo el Concilio Vaticano II corrigió el error, al reformar el calendario litúrgico.
 Despejando la confusión

 “Compañera de Jesús”, “apóstola de los apóstoles”, “igual a los apóstoles”, son algunos de los títulos quela Iglesia de los primeros siglos otorgó a María Magdalena. La primera entre las mujeres que seguían y atendían a Jesús, valerosa junto a la cruz, primera testiga de la resurrección, primera en ser enviada a los apóstoles para anunciar que Jesús vive para siempre. Esta es la grandeza y singularidad de María de Magdalena, basada en una mutua y honda relación de amor con su Maestro.
Sin embargo, durante siglos y en buena parte de la Iglesia, esta realidad fue encubierta y confundida como ya se dijo, con otra imagen que también es humana y cristianamente atractiva, pero que se basa en un error.
Es la imagen de una mujer pecadora, arrepentida, convertida en penitente seguidora de Jesús. Todo ello se basa en un error de lectura de los Evangelios, puesla Iglesiaconfundió (¿adrede?) a tres mujeres distintas en una sola: la anónima mujer pecadora que según Lucas ungió los pies de Jesús, María la hermana de Marta y Lázaro, y la auténtica María Magdalena.

Vale la pena poner de relieve que durante siglos se ha dejado de lado cuando no ocultado, la presencia de estas mujeres, y entre ellas la primera, María Magdalena, acompañando a Jesús y junto a él, como si sólo le acompañaran hombres.
La verdad es que la presencia de mujeres entre quienes acompañaban habitualmente a Jesús, es algo totalmente insólito en el judaísmo de su tiempo. En efecto, Jesús rompió con el tabú de la mujer reducida a un papel subordinado y doméstico.

En la lista de mujeres que seguían a Jesús, tal como las presentan los Evangelios, la primera es siempre María de Magdala, así llamada porque procedía de esa ciudad, en las riberas del Lago de Galilea, que tenía fama de licenciosa, lo cual, entre otras razones, habría permitido el considerar a María de Magdala como mujer de vida dudosa.

Referencias bíblicas
En eso incidió también la frase del Evangelio que señala que Jesús había echado de ella siete demonios, lo cual para algunos significaba sus muchos pecados. Sin embargo, haciendo una interpretación más adecuada al lenguaje de la época, hay que decir que en realidad se refiere a un mal físico o psíquico, una enfermedad grave o con múltiples efectos.

Pero, ¿qué dicen pues los Evangelios exactamente sobre María Magdalena? Las referencias bíblicas incluyen la información de que fue una de las mujeres que acompañaron a Jesús, después de que éste la sanó de la posesión de siete demonios (Lucas 8, 2; Marcos 16, 9).
También explican que fue una de las mujeres presentes al pie de la cruz (Marcos 15, 40; Mateo 27, 56; Juan 19, 25) y una de las que se acercaron a la tumba de Jesús con las primeras luces del alba del día de Pascua (Marcos 16, 1; Mateo 28, 1; Lucas 24, 10; Juan 20, 1 y siguientes).

Según el Evangelio de Juan, ella fue sola a la tumba y se encontró con Jesús, a quien en un primer momento confundió con el jardinero. Al reconocerlo, se abalanzó sobre él para abrazarle, llamándolo Rabboni, forma cariñosa del término Rabbí (Maestro). Resulta evidente que esta María, la de Magdala, era una amiga y compañera íntima de Jesús.

Otros enfoques

Desde hace algún tiempo, algun@s especialistas, sobre todo del campo de la teología, y particularmente teólogas feministas, aplicando la hermenéutica de la sospecha que caracteriza a la Teología feminista,  buscan recuperar la figura de la Magdalena.
El tema ha atraído también a escritores y cineastas, que utilizan la ficción para jugar con la figura de María de Magdala, atribuyéndole incluso una relación amorosa con Jesús, imposible de demostrar, aunque algunos, como el sacerdote jesuita Terrance  Sweeney, al prologar el libro de Margaret Starbird, ( María Magdalena y el Santo Grial.Planeta, Barcelona, 2005) señala que nada enla Biblia demuestra que Jesús fuese soltero o casado, y menciona al erudito judío Ben Chorin, quien considera que hay “pruebas indirectas” que indican que en la época de Jesús, el judaísmo consideraba el matrimonio como un mandato divino, por lo cual puede considerarse probable que Jesús, como cualquier joven judío, estuviese casado.

De no haberlo estado, los fariseos se lo habrían reprochado, y en todo caso, San Pablo, al dar las razones en apoyo al celibato, habría señalado que Jesús era célibe, cosa que no hace.
Ellas difunden el mensaje

En todo caso, y volviendo a las mujeres que seguían a Jesús, señala la Teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza que la presencia de las mujeres en el movimiento de Jesús, como gusta llamarlo acertadamente esta teóloga, tuvo una gran importancia para lograr la solidaridad desde abajo, y para que este movimiento continuara después de la ejecución de Jesús y se expandiera fuera del entorno judío.
Aunque siempre se cita por su nombre solo a tres de esas mujeres, fueron muchas más, y protagonizaron momentos fundamentales, en Galilea, en los comienzos del movimiento, en el Gólgota, junto a la cruz, y como primeras testigas de la resurrección.
Entre estas mujeres, la primera mencionada como ya se dijo,  es siempre María de Magdala, que integraba el grupo más cercano a Jesús y lo siguió desde el primer momento, no dependiendo de su relación con ningún varón para seguir a Jesús, lo cual muestra que era ya una mujer con cierta madurez e independiente de las estructuras patriarcales.
María Magdalena fue no solo testiga de la resurrección, sino que llevó la noticia a los apóstoles, aún llenos de miedo y escondidos, y que no le creyeron. Sin embargo, es este hecho el que se destacó siempre entre los primeros cristianos, y tuvo como consecuencia que fuese valorada al mismo nivel de Pedro, o incluso más, lo cual llevó a enfrentamientos, según los evangelios apócrifos, que concluyeron con la derrota dela Magdalena, en una Iglesia cada vez más patriarcal y sometida al dominio masculino.
Así se excluyó cada vez más a las mujeres,  de todos los niveles de responsabilidad. Pero desde hace ya un tiempo, como hemos indicado, un proceso de reivindicación de la figura de María de Magdala, se ha desarrollado entre historiador@s, teólog@s y estudios@s feministas que buscan devolver a la Magdalena su auténtica posición como interlocutora privilegiada de Jesús, primera a quien se manifestó resucitado y creyó en él, lo cual, indudablemente le confiere un rango que es preciso reconocer de nuevo y tomarla como ejemplo a seguir, más allá de las luchas patriarcales por el poder, en una Iglesia que sigue negando a las mujeres la igualdad que Jesús predicó creando un discipulado de iguales, llamad@s tod@s a seguirle en su Camino. 

Dra. Gloria Comesaña Santalices en http://palabrademujer.wordpress.com